22910
post-template-default,single,single-post,postid-22910,single-format-standard,stockholm-core-2.4.5,select-theme-ver-9.12,ajax_fade,page_not_loaded,,qode_menu_,qode-mobile-logo-set,wpb-js-composer js-comp-ver-7.9,vc_responsive

Carta postuma a Claudio Naranjo por Enrique Villatoro

CARTA POSTUMA A CLAUDIO NARANJO

10-01-2023

Querido Claudio

 

A pesar de que la multitud de cartas que te envié en vida como nuestro medio de comunicación habitual, no había vuelto a escribirte desde tu marcha. Aunque sé será vitalicio, han pasado ya más de tres años y todavía te echo mucho de menos, dado el papel tan importante que has jugado en mi vida. Te escribo desde el Monasterio de Silos, donde estamos repitiendo tu retiro el grupo de discípulos que nos designaste para darles continuidad.

 

Releyendo el material de los tres retiros que hice contigo, me doy cuenta de lo bonita, enriquecedora y compleja que ha sido la relación contigo.  Aún sigo sacando jugo a tus enseñanzas. Si en el retiro de 1998 tuve una subida al cielo, en el de 2006 supuso una caída a los infiernos.  Aunque, inicialmente, fue bastante doloroso, significó un salto madurativo increíble que, más de 15 años más tarde, sigo elaborando. Nunca olvidaré tu breve, aunque impactante, escrito final. Decías:

 

Querido Kike,

Celebro Kike que hayas concluido que más vale seguir al maestro que no buscar un padre.

 

Desde entonces, ese comentario tuyo ha sido un indicador de mi maduración personal tanto, para distinguirte como padre y maestro, como cuando ante la vida me pongo niño o adulto. Ahora, con tu ausencia, voy entendiendo mejor esa diferencia entre padre y maestro y el proceso de evolución de esos roles, aparentemente, tan cercanos. Desde la admiración, el padre biológico es percibido por el niño como un maestro, como una persona que le puede proteger, cuidar y enseñar. Si el niño madura adecuadamente, irá reconociendo al padre como humano, igualándose así, los roles entre ellos, como dos adultos.  Yo no había hecho ese proceso madurativo con mi padre biológico, por lo que iba buscando padres por ahí. Contigo, desde una actitud infantil, estaba esperando que tú, en un rol de padre sustituto, me protegieras y cuidaras. Como que tú tenías algo que a mí me faltaba y necesitaba para seguir madurando, como ocurre con el padre biológico.

 

Gracias a ese retiro del 2006, pude transformar el amor admirativo que te tenía, como figura de padre, a amor devocional como figura de maestro. Pasé de estar esperando el reconocimiento y la validación tuya a entregarme a ti, de querer recibir a darme, de esperar que tú me completaras a hacerme uno contigo, de responsabilizarte de mi proceso a responsabilizarme yo.  En resumen, pasé de percibirte como un humano que tiene algo que me interesa, a reconocerte como un ser mucho más evolucionado que yo que me podía guiar. Es la inversa del proceso que mencionaba antes, de humanizar la idealización del padre biológico. Fue difícil saber cuándo y cómo un humano debía elevarlo a la categoría de maestro, igualmente que lo fue el rebajar a humano la idealización que tenía de mi padre, fuese en positivo o en negativo. Obviamente, eso ya no dependía de ti sino de la maduración mía como discípulo. Tú me enseñaste que es la mirada del discípulo la que hace al maestro, no a la inversa. Esta creo que fue una de las claves de dejar de buscarte como padre y reconocerte como maestro, todo un camino de aprendizaje.

 

Claudio, tuviste la habilidad de combinar y jugar conmigo esos dos roles de padre y maestro, pues, aunque te reconozco como mi maestro raíz, para mí siempre tuviste una energía y acogimiento paternal que me hizo mucho bien. Tuviste la maestría de estar tan cercano y disponible que favoreció que me acercara a ti buscando al padre que no tuve, para acabar encontrando al maestro. La maestría estuvo en tu cercanía y trasparencia como ser humano, tal como eras, sin dejar de lado tu rol como maestro, guiándome para encontrar en mi lo que estaba viendo y proyectando en ti. Mediante tu cuestionamiento revelaste partes oscuras mías que me bloqueaban, ataban al pasado y me impedían ser libre.  Sin dejar de acompañarme, me ayudaste a poner luz en aspectos que pasaban desapercibidos para mí.

 

Ahora, en tu ausencia, ya no se trata de intentar hacerme uno contigo y emularte, sino de hacer germinar, madurar y fructificar esa semilla que tú me has dejado y, creo que, a muchos. Que fácil era todo cuando estabas presente y, como un padre, te pasaba la responsabilidad a ti. Es una gran responsabilidad, de los que nos consideramos tus discípulos, hacer florecer esa simiente tuya en nosotros.

 

Dicen que cuando muere el padre crecen los hijos y, tambien, como ocurre en la tradición budista tibetana, la calidad del maestro se manifiesta en la madurez de sus discípulos. Ahora, me toca asumir la responsabilidad de crecer como hijo y madurar como discípulo y, como representante de tu linaje que me siento, en pos del amor que te tengo, todo lo que piense, diga o haga será para honrar tu nombre como Maestro.

 

También, en el budismo tibetano existe la tradición de saludar al maestro chocando las cabezas, como símbolo de transmisión de la conciencia maestro a discípulo. Tú no solo me dejaste, como maestro, chocar nuestras cabezas para la transmisión de conciencia, sino que me permitiste que todo tu cuerpo y tu ser estuviera disponible, en forma de abrazos y conocimientos, sustituyendo así temporalmente a mi padre biológico y aliviando la carencia de su ausencia.

 

Confío haber acumulado tan buen karma en esta vida para encontrarte en la siguiente y, te pido disculpas por no haber alcanzado la madurez como discípulo que merece la altura de tu maestría.

Te enciendo una vela como sucedáneo del fuerte abrazo que te daría.

 

Kike